Guarapita ruchada

¿Quién se ruchó mis metras? Con los juguetes criollos no se juega 🪁

Domingo 28 de mayo de 2023

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[Fruta]

Las vueltas de trompo de la vida

🧸🪁🎠🚂

Enchungar, mujerear, la regulera, el culón y la carey. Si hablas de recuerdos de infancia con una persona criada en Tinaquillo (Cojedes) en los años 60, parece separarte una cuadra llanera no solo de experiencias, sino de léxico. José Luis Torres —el yo presentable del comediante Mister Tinaquillo— jamás jugó con perinolas fabricadas en serie. “No había una cosa más difícil que enchungar una perinola de madera con una cabuya larga, porque era un proceso así como mujereao de apuntarlo y todo. No es como ahora, que tú le mides la cabecera a la perinola, va el chinazo y puedes hacer tantos rechungues como quieras, eso no existía en mi época”, relata Torres cual chamán acuclillado que transmite su sabiduría ante una fogata comunal. Preferimos no pensar mucho qué significa “mujerear”, probablemente sea poco correcto en esta época, aunque por la forma de este juguete tradicional, no cuesta mucho imaginar. Lo que en Venezuela llamamos perinola, además, en otros países se conoce como balero o boliche: solemos pensar que son cosas muy nuestras, pero la verdad es que los niños se entretienen (¿entretenían?) más o menos de la misma manera en todos lados. En cuanto al culón, cuenta Mister Tinaquillo, era la metra más grande (la bolondrona, en otros lugares), que despertaba envidia y fascinación cuando alguien la depositaba al centro del patio colegial. La carey era un tipo de metra opaca, en vez de transparente. “Y cuando tú estabas jugando y los chamos de grados superiores pasaban corriendo y gritando ¡regulera!, significaba que te ibas a quedar solo y sin metras”. Suena cruel, “pero la regulera era parte del juego también, y si no tuviste metras, quizás eso no lo puedas entender”, añade Torres. Stefanía creció en un apartamento de ciudad, estudió Arquitectura y, por edad, podría ser la hija de Mister Tinaquillo. No recuerda haber jugado con trompos, yoyos, perinolas, metras, gurrufíos o papagayos. “Lo mío siempre fue una consola de PlayStation. Mi mamá creo que incluso amaba la consola más que yo: cero reguero de juguetes, cero suciedad para quitar de la ropa y el triunfo de la vigilancia permanente porque jamás salía de casa. Para ella, todo era ganar-ganar”, narra.Stefanía no está segura de que su forma de jugar haya determinado su carácter introvertido y poco sociable: quizás ella sería así de todas maneras, y ya. Nuestra personalidad es una estructura arquitectónica compleja y no siempre uno más uno es igual a dos.Al fin y al cabo, la experiencia humana no cambia mucho: percibimos estímulos a través de los sentidos y llenamos el tiempo con escapismos que no nos lastimen, sea el agradable zumbido de la cabuya del yoyo o un casco de realidad virtual. Pero algunas nociones parecen emanar de esos juegos tradicionales que, al parecer, ya no pueden competir con Super Mario Bros: compartir experiencias en comunidad. Salir de la comodidad del hogar y de la sobreprotección de mamá. Enfrentar ese mundo externo, sucio y peligroso, pero seductor. Formarse para la independencia y desenvolverse entre un código secreto de palabras. Porque las palabras siguen siendo el tejido de nuestros universos.

Hasta que llegue M3gan

Que te llamen peluche en Venezuela puede ser incómodo. Pero un peluche también es un tipo de juguete tradicional, y con una ventaja, al menos hasta que se invente algo superior, o que los humanos seamos desplazados por algo que juegue con nosotros. “A menos que sufras alguna alergia, es un amigo cálido, se humaniza, le pones nombre, se convierte en un vehículo de transferencia cuando sientes angustia, tienes miedos nocturnos o entras a una sala quirúrgica donde te van a operar”, explica Lilian Gluck, la educadora que creó el Hospital de Peluches para restaurar y reciclar felpudos. Gluck asegura que jamás se ha despertado de noche con la sensación de que los peluches le observan: “Solo cobran vida en las manos de los niños. Los tengo en un cuarto de espera, donde todos los peluches están aguardando para ser recibidos por otros niños. Pero eso sí: tranquilos y callados”.

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La pica, la seca, la libra, el sancochao, la arriada. En realidad no hablamos solo de niños: Borotá, un pueblo de Táchira, tiene un monumento dedicado al trompo. Cada sábado de Semana Santa, desde 1972, hombretones hechos y derechos le dan la vuelta a la localidad mediante el recorrido cubierto por jugadas de trompo: son exactamente 4,5 kilómetros, 24 escuderías (equipos), 19 tipos de premios distintos y unas normas que harían palidecer a la Fórmula Uno.

“Todo comenzó en tiempos remotos: se bailaban los trompos frente a la iglesia para alejar a los demonios. Para honrar esos orígenes, la vuelta en trompo sigue pasando frente a la iglesia”, relata Jonel Chacón, uno de los organizadores.  La tradición no es solo de Borotá, sino de otros pueblos andinos, y existen hasta reglas municipales para estos torneos, vigilados meticulosamente por jueces: no es lo mismo, por ejemplo, que un trompo golpee a otro con el herrón (punta de hierro) a que el contacto sea panza con panza.

Una regla que se impuso en Borotá es que cada equipo cuente con un menor de edad autorizado por su representante: “La enseñanza es que un niño debe jugar, alejarse un poco de tanto celular, tanta tablet, tanta tecnología que nos envuelve con la globalización”, sostiene Chacón. Una pretensión que hoy puede sonar hasta conmovedora.

El estereotipo es el de juegos de manos, juegos de villanos: testosterona y competitividad. Aunque hay un pasatiempo cuyo lirismo parece trascender las barreras de géneros, más allá de que algunos niños lo armen con hojillas para cortar las cabuyas de los demás: el papagayo. “Serán siempre mis favoritos, porque los pagagayos son muchos juegos sucesivos: el de conseguir todos los materiales para hacerlo; luego recortar, pegar, acomodar y embellecer; y finalmente apretar bien esas trenzas del pelo y de los zapatos, para correr hasta lograr que tu obra vuelve y se mantenga”, evoca la narradora Naky Soto, y agrega: “La tensión de la cuerda del papagayo es otra cosa, la sientes aunque no la produzcas, y siempre tienes el chance de correr un poco más para elevarlo o de dejar de hacerlo para recuperarlo”.

Para Génesis Carrero los papagayos hasta se convirtieron en su primer emprendimiento "formal" antes de convertirse en comunicadora social: “Crecí en un pueblito de Aragua y tenía un grupo de amigos a los que quería mucho, todos varones. Uno de ellos, que murió durante la pandemia, me enseñó a hacerlos cuando yo estaba muy chiquitica. Buscábamos las varillas para armarlos en el cerro cerca de mi casa y quedaban perfectos. Me quedaron tan bien que comencé a comercializarlos. Los hacía de todos los tamaños, de todos los colores, de todas las formas y los vendía a los niños de la cuadra”. Lo dicho antes: colmena, calle, tierra, aire libre, independencia.

[Caña clara]

Entre las muchas maravillas del estado Mérida tenemos la Casa del Juguete, fundada por Mario Calderón. Este maestro juguetero de vocación hace magia con la madera, primero inspirado por el arte circense y luego tomando como referencia lo mejor de nuestro país.—¿De dónde vino el amor por fabricar juguetes? —A mí la vida me sorprendió con este oficio. Soy de Caracas y vine a Mérida a estudiar medicina. Soy también músico y, cuando estaba estudiando, fui a hacer un recital a Táchira. Una profesora que fue a la casa y vio que en la biblioteca donde yo vivía había unos juguetes de hojalata, me dice: "En Rubio hay una quincalla con juguetes de esos que tú tienes". Con el dinero que ganaba tocando, viajaba para allá a comprar juguetes,  sin criterio de coleccionista. —¿Siempre fue hábil con las manualidades?—En uno de esos viajes a Rubio, Pilar, mi compañera de ese entonces, me sugiere que haga juguetes de madera. Me gustó la idea y comenzamos a hacer cosas, pero no tenía alguna habilidad manual. Al contrario, creo que soy bastante torpe. Tampoco sabía sobre mecánica ni de física. En un viaje a Argentina, me enteré de que Pilar se mató en un accidente de tránsito. Eso fue muy duro. Yo pienso que Pilar fue un ángel que vino a decirme quién era yo y se fue. Cuando volví, me dije que no iba a hacer ni medicina ni música, sino que me iba a dedicar a este oficio. No tenía mayor referencia cuando empecé, así que podría considerarme un autodidacta.—¿Qué valor tiene la madera en un mundo como el actual donde hay impresión 3D y arte con IA?—Siempre me ha parecido que la madera es un lenguaje. Tocarla, olerla, ver su textura, los dibujos que trae. Eso a mí me dice algo. Construir objetos a partir de la madera y hacer engranajes, mecanismos, inventar poleas y todo eso para lograr el movimiento de la pieza que yo me estoy imaginando... Creo que es un acto que tiene mucha vigencia. Por ejemplo, yo soy de los que prefiere tocar un libro, sentir el papel que tiene. Eso a mí me llega más que verlo en una pantalla. Creo que ocurre algo similar con las personas que trabajamos con materias primas. —De todas sus creaciones, ¿cuál es su preferida y por qué?—Ya cuando tú ves realizado el juguete, que hace el movimiento que te imaginabas, entonces el más importante pasa a ser el que estoy por hacer. El que quisiera realizar. He hecho muchas cosas, pero yo quiero retomar nuevamente una serie que diseñé en 1996 sobre las tradiciones venezolanas. El haber convertido nuestras tradiciones en juguetes y que el movimiento emulara tal cual cómo eran. Eso fue lo que realmente a mí me abrió las puertas al mundo. Quisiera rediseñarla.—¿Cuál es el feedback más inolvidable que ha recibido? —Uno de mis grandes sueños era fundar un museo del juguete para el país. Esa colección ha crecido mucho y hay gente que ha expresado cosas muy lindas en sus visitas. Pero cuando me estaba iniciando, un momento que me conmovió mucho fue cuando me pidieron hacer una pieza que iba a ser el regalo de navidad de una niña, un caballito con colores femeninos. Es bonito pensar que uno puede ser el Niño Jesús de alguien. —¿Ve sus creaciones como algo para exhibir o para jugar?—Cuando yo creo un juguete, no pienso en niños ni en adultos. Pienso en lo que quiero crear. Es cierto que mis piezas han sido exhibidas en galerías, como obras de arte. Pero yo insisto en que son juguetes de madera y que los niños los pueden usar. Los movimientos que hacen son para jugar. Para mí es muy delgada la línea entre el arte y la artesanía, porque ambas cosas son un hecho creativo. Si una pieza mía es arte o no, prefiero que lo diga la gente, no yo.

[Melao]

🪆 Me tengo que vestir: estas dos chicas no son las primeras muñequitas de papel de la historia, pero sí las más antiguas que se conservan en Occidente: están en un museo de Alemania y datan de aproximadamente 1650. La moda recortable alcanzó su esplendor durante la Gran Depresión, debido a su bajo costo. Un repaso de su historia, que no ha llegado a su final, pues esta expresión de juego, fashion y arte ha cobrado un segundo aire incluso con versiones ecofriendly 🪆

Plegaria, plegaria, plegariaorigamime piden que me pliegueme doblo me inclino me quiebroen varios dobleces como el papelme corta cualquier tijeray hasta un cuchillo de cartónno le gano a la piedrani envolviéndolamás bien tropiezo una y otra vezme doblo por las líneas punteadasy se arma el papagayoquiero cumplirmi destino de cometaElisabetta Balasso,escritora ítalo-venezolanaGuarapita, un destilado deArepita